LA VISIÓN DE LA PAZ

Por: FRED EMIRO NUÑEZ CRUZ

“Mi paz os dejo, mi paz os doy” es el comienzo de la cita bíblica en Juan 14-27. Nada más ni nada menos que una paz única, exclusiva y diferente, por obvias razones, a la mentira que sobre el particular se teje con la lengua humana. Parto de la premisa que es un regalo que no está expuesto a la voluntad del cambio banal y finito.

Ese presente divino para la creación nos da regocijo, tranquilidad y escueta confianza en la autoridad celestial delegada al Redentor y de él para con los hombres. Esa majestuosidad involucrada en la palabra de tres letras, PAZ, es para los millones de habitantes sobre la faz del orbe desde entonces hasta hoy. La insensatez, avaricia, apatía como las confrontaciones ideológicas, credos, religiones y la interminable discusión de quien tiene la verdad absoluta deja como cruel heredad la rebelión social estratificada por asuntos de riqueza, conocimientos, adoctrinamientos como coletazos de la razón social, la clase obrera, el latifundismo y era feudal. Es ahí donde se atomiza la paz, en la búsqueda de la equidad e igualdad con argumentos que reemplazan las palabras por la violencia, robos, calumnias, armas, tráficos diversos, odios, asesinatos, secuestros y un innumerable escapulario pecaminoso que desde entonces puso en cuidados intensivos a la paz de DIOS con el libre albedrío.

Después de lo anterior, dando una vuelta imaginaria con la brújula mundial, me sitúo en Colombia. Para nadie es un secreto la vulgar historia de los partidos políticos donde ser de uno o de otro, se convertía en visceral tragedia para el vecino, el de la cuadra, el del barrio, el del pueblo vecino o de familias enteras que tenían que abandonar territorios, los mismos que por obra y gracia del fanatismo, pasaban automáticamente a manos del más fuerte o temerario. Quedan sin contar las absurdas vivencias de niños, mujeres y ancianos que por ser tan agrias y amargas no puntualizo.

Curiosamente, razón non santa, desde ese fratricida momento la paz y la violencia como actores de hecho, han confrontado la ilegalidad con la Ley, lo divino con lo humano y la justicia con la impericia de su aplicación. Colombia anhela, sueña, delira y se desvela por la paz. Hay quienes hablan de comerse batracios (sapos) para alcanzarla, otros indilgan desaciertos estatales, entrega indebida a los irracionales, absurdas dádivas a los subversivos, reverencia indebida y sacrílega a los doctos en el manejo de armas y del mal, léase las farc, así en minúscula, como minúsculo ha sido su aporte a la nación.

Pero si queremos que este paraíso llamado Colombia sea viable, debemos participar en la construcción de ciudadano sin odios o rencores. Otro pero, las condiciones, por cuestión de respeto a las víctimas, las debe poner el gobierno. Los pero, siguen, en este holocausto sistemático es menester que la institucionalidad, defensa de la población, fronteras y demás nunca salgan de las manos de nuestras fuerzas armadas que requieren cambios estructurales para retornarles los honores y poderes que se les han cercenado.

El análisis debiera seguir, no todo ese cúmulo de hechos y acontecimientos podría descansar en una simple y humilde cuartilla. Por encima de todo lo anterior y consideraciones que se quedan para venideras reflexiones, ninguna empresa de reconciliación o esfuerzo por la dinámica de la paz será posible si no se involucra el nombre y voluntad de Dios. Lo colosal de su poder y gracia, sí y siempre sí estará por encima de la frágil mente que fenece. He dicho.

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