Tal como lo referimos en una primera parte, esta historia acerca del siervo malvado, es clave para desarrollar buenas relaciones entre hermanos, dado que normalmente es más fácil perdonar a un pecador que a un hermano. Igualmente, es de resaltar la diferencia entre ofensas personales o privadas y las que afectan el evangelio y el ejercicio del buen liderazgo en la iglesia, las cuales son más graves, tales como mala doctrina, engaño, acepción de personas y ministerios que no creen en la iglesia local. A propósito, la iglesia local es la manera como Dios trabaja. De ahí su énfasis en el Nuevo Testamento. Tengamos cuidado con ministerios que no creen en ella. No son sanos.
En la parábola en estudio, el rey parecía duro en un principio (v. 25), pero cuando su siervo pidió perdón y se arrepintió (v.26), fue muy compasivo y misericordioso (v. 27) Esto habla de la importancia del arrepentimiento. Es mucho más fácil perdonar si obra arrepentimiento. Igual perdonamos con o sin éste. Así las cosas, uno pensaría que el siervo perdonado, tendría mucha misericordia hacia su consiervo y mucha gratitud hacia su señor, mas no fue así. No olvidemos de dónde venimos y de dónde nos sacó el Señor. Aquellos que olvidan sus propias múltiples transgresiones, tienen gran tendencia a ser críticos y duros para con otros. El Rey quiere ver cómo vamos, cómo está la condición de nuestro corazón, nuestra mayordomía y hacer cuentas con nosotros, hoy y en aquel día, en el Tribunal de Cristo.
Ahora bien, nuestra deuda de pecado es inmensa. Hemos ofendido al Señor millones de veces, y seguimos haciéndolo porque aún actuamos en la carne. Gracias a Dios por la sangre de Cristo que diariamente nos lava de todo pecado. Si alguien dice que no tiene pecado, miente engañándose a sí mismo (Juan 1: 8). La sangre trabaja porque hay mucho pecado; así éste no sea conocido, no deja de serlo. Recordar esto nos hace más humildes y misericordiosos.
Nadie ni nada podía pagar la deuda al Señor por todas nuestras transgresiones (Salmos 49:6-8). No podíamos salvarnos a nosotros mismos, afrontando en consecuencia la justicia de Dios; mas la compasión del Rey, manifiesta en su perdón, nos alcanzó: “(…) Dios nuestro Salvador, y su amor (…) nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundante por Jesucristo nuestro Salvador” (Tito 3:4 – 6). Nuestra única esperanza en esta vida es que el Rey tiene compasión y nos perdona.
POR: PASTOR JOHN ROMICK – IGLESIA MISIÓN COLOMBIA