Vemos en esta parábola a un intérprete de la ley, planteándole al Señor dos preguntas, bajo la actitud de probar al Señor y de justificarse, a la vez, a sí mismo.
1 ¿HACIENDO QUE COSA HEREDARÉ LA VIDA ETERNA?
Esta primera pregunta denota la errónea creencia de salvación por obras.
Ciertamente la salvación no obra por hacer cosas como la mayoría de personas lo creen o lo suponen sino por la misericordia y la gracia de Dios, y nuestra respuesta a su amor: es por gracia mediante la fe. La respuesta al respecto, dada por la misma Palabra de Dios es clara y contundente: Efesios 2:8 -9; Tito 3:4 -7. Igualmente, notemos cómo Jesús mismo así lo señala en el versículo 26 del pasaje en estudio, al confrontar a su interlocutor con dos interrogantes: “¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?
Sin asomo de duda, en la Palabra de Dios está referido el Plan de Salvación. Dios lo ha hecho tan simple que cualquier ser humano puede entenderlo. La Salvación es fácil: ama a Dios y ten una relación íntima con el Padre a través de Jesucristo, ya que nadie, absolutamente nadie, va al Padre sino por Él (Juan 14:6). Determinante en el Plan de Salvación de Dios, amarle con todo nuestro ser: Josué 22:5; Salmos 31:23. Ahora bien, no hay manera de heredar algo sino se está en la familia correcta. Así las cosas, la herencia de la familia de Dios: vida eterna sólo opera entrando a la familia de Dios.
Jesús habla del buen samaritano, refiriéndose a sí mismo. Él tuvo compasión de nosotros: vino a la tierra por nosotros. Vino y nos ayudó; nos rescató del dominio de Satanás, pues estábamos, como raza humana caída, en manos del ladrón como el hombre que al descender de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de ladrones (v 30).
Tres problemas aquí se resaltan con respecto a la condición de la raza humana sin Cristo:
- Medio muerta: alguien sin Cristo está medio muerto. Existe porque su cuerpo, hombre exterior, vive; mas adentro está espiritualmente muerto, separado de Dios. Necesita resucitar, nacer de nuevo, recibir un milagro: la vida de Dios. De lo contrario, no tiene posibilidad alguna de cambio, pues lo muerto, muerto está. Por otra parte, nosotros como cristianos igualmente estamos medio muertos en sentido contrario: muertos afuera, al pecado, a la carne, juntamente crucificados con Cristo, mas vivos adentro: en nuestro hombre interior.
- Enferma y doliente: enfermedad y dolencia agobian al ser humano, mas hay sanidad en la Redención.
- Pobre: existe un mundo bajo despojo, mas nosotros en Él no estamos bajo despojo alguno. Antes bien, son suplidas en Él todas nuestras necesidades.
Jesús nos redimió de la muerte espiritual, la enfermedad y la pobreza. El vino desde la Gloria del Cielo (La Nueva Jerusalén) a este mundo (Jericó) para rescatarnos de la mano del ladrón (Satanás). El buen samaritano nos rescató, nos sanó y nos prosperó.
De otro lado, frente a la escena del hombre caído y despojado, Jesús refiere en los versículos 31 y 32, la evidente indiferencia de un sacerdote y un levita que descendían por aquel camino. Éstos, pudiendo no quisieron ayudarle y, a su vez, contrasta tal actitud con la del samaritano que movido a misericordia, se acerca a auxiliarle sin reparo alguno (v 33). El sacerdote y el levita representan la hipocresía, el engaño de la religión, incapaz de ayudar a la raza humana. Tan es así que ésta antes que acercar la gente a Jesucristo, la aleja de Él, enviándola al infierno más que cualquier otra cosa. Jesús ama al pecador, mas odia la religión.
Ahora bien, a través de la tarea del samaritano se realza el valor y el alcance de la obra redentora del Espíritu Santo (aceite y vino, v 34). Aceite representa en el N. T., el nuevo nacimiento y el vino, la llenura del Espíritu Santo. El buen samaritano vendó nuestras heridas y nos trajo al mesón; esto es a su Cuerpo. Allí Él nos cuida y nos cuidamos los unos a los otros. La iglesia local es una expresión del necesario cuidado y protección que el mesonero (el Espíritu Santo nos prohíja). Este cuidado (v 35) opera por dos mil años (dos denarios). Un denario correspondía al salario de un día, siendo para el Señor un día como mil años. Así que el salario dado al mesonero se está acabando: Jesús regresa pronto.
- ¿QUIÉN ES MI PRÓJIMO?
Pregunta ésta muy prejuiciosa. En otras palabras: ¿A quién debo amar y a quién odiar? Aquí la historia se torna más impactante, pues un judío está siendo ministrado por un samaritano, Mi prójimo es la persona más cercana, más próxima que encuentro en el camino. Bien dijo un comentarista bíblico: “Lo esencial es amar a otro como amarte a ti mismo, y es la proximidad o vecindad lo que determina quien debe ser el objeto de nuestra ayuda”
Si no amó a quien veo, ¿cómo amaré a Dios a quien no veo? (1 Juan 4:20). Hagamos con otros lo que Él hizo con nosotros. Jesús dijo: “Ve, y haz tú lo mismo” (v 37). Ayuda a la gente que encuentres en tu camino. Haz recibido la vida de Dios, le amas, estás agradecido, y por ende ama a tu prójimo (Romanos 13:8 -10). Piensa en formas a través de las cuales puedas bendecir a otros. Un buen samaritano siempre está en disposición para ayudar y servir con desprendimiento y generosidad. Caminar en amor debe ser nuestro diario objetivo, dado que cada uno de nosotros no escapa de estar al frente de la necesidad del prójimo.
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