Las primeras cosas primero. Parte 5.

 

Recordemos, siempre, cuán grande es el Señor y cuán  digno de suprema alabanza (Salmos 96:4). Dios Padre quiere que nuestra pasión por Él y por el evangelio, sea prevalente por sobre todas las cosas, y por ello estamos hablando de mantenerla viva, al evitar ciertos asesinos de ella como son los conflictos no resueltos, el vivir sin propósito y el no nutrir debidamente nuestro espíritu. Continuemos con este último:

 

La desnutrición espiritual es como la natural. Así como el cuerpo es expresión del espíritu, o un guante lo es de una  mano, la Palabra de Dios es comida para nuestro espíritu y su Santo Espíritu su bebida. Debemos alimentarnos continuamente de su Palabra y de su Espíritu y así mantener el gozo de nuestra salvación y nuestro sentido de propósito y destino, en Cristo Jesús. No demos cabida a situaciones de apagamiento espiritual; antes bien, apaguemos los síntomas de éste que ya hemos referido:  fatiga – pereza – por las  cosas de Dios,  tristeza, depresión, inconformidad, queja, crítica; dificultad para la atención y el rendimiento; confusión, aturdimiento o desubicación. Otro síntoma de desnutrición o deshidratación espiritual, con el cual debemos estar muy vigilantes, es la irritabilidad por cualquier cosa.

 

Gracias al Nuevo Pacto gozamos de mayor gloria, y Dios nos equipa para manifestarla, juntamente con su amor y  poder. Podemos tomar gratuitamente del agua y del pan de vida (Números 21: 16; Isaías 55:1). El Señor y sus cosas deben ser para nosotros como el aire que respiramos. Necesitamos vitalmente de éste. Si por un momento no lo tenemos, percibimos cuánta falta nos hace; otro tanto acontece con el agua. No dejemos de cavar profundamente en el pozo de nuestra Salvación, tomando continuamente de su Palabra y de su Espíritu, con un celo que debe consumirnos (Salmos 119:139). El servir a Dios consume otras cosas que no son tan importantes, colocándolas  en su orden debido.  Debe obrar en nosotros pasión por Dios, por su Palabra, por su Presencia,  por llevar las buenas nuevas de vida y salvación, como fuego que consume nuestros huesos. Bien dijo el apóstol Pablo: “(…) me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio! (1 Corintios 9:16)

 

No seamos tibios, ni relajados ni volvamos atrás. Perseveremos en Él. No soltemos nuestro compromiso con Cristo y nadie nos quitará nuestra corona, para ponerla a sus pies. Si invertimos en lo natural, cuánto más debemos invertir en nuestro futuro eterno; trabajemos por lo mejor, en el amor de Dios, en comunión continua con Él, como un estilo de vida, donde nuestro fuego y pasión por Él siempre se mantengan vivos. Apreciemos el altísimo precio que Cristo pagó por nosotros y por todas nuestras transgresiones. Apreciemos cuán graves fueron estas transgresiones, antes de Él. Rompamos a sus pies el frasco de nuestra vieja vida, y revistámonos con la nueva, con el olor fragante de vida que solo en Él es (Lucas 7: 38; Efesios 2: 1 -13).

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